Se trata de un suceso que trasciende el ámbito del fútbol y refleja con crudeza tanto la violencia que carcome México como la inoperancia de las autoridades, bien sea de la policía, ausente en el estadio La Corregidora. Se habían jugado poco más de 60 minutos del partido entre el Querétaro y el Atlas cuando las agresiones entre los hinchas empezaron a robar la atención de lo que ocurría en el campo. Alarmados por la virulencia de las peleas, centenares de aficionados bajaron a la desesperada al césped para resguardarse de las palizas que se sucedían en las gradas y que luego se extendieron por el terreno de juego y los aledaños del estadio. La televisión mostró cómo familias despavoridas cruzaban el campo huyendo de los golpes.
La seguridad del estadio, deficiente y desbordada, no podía más que guiar a los aficionados hacia los túneles de salida. En el otro lado del campo, un aficionado cubierto de sangre imploraba para que le dejaran de dar de puñetazos. En el exterior del estadio las golpizas seguían. «Inadmisible y lamentable la violencia en el estadio La Corregidora.
Se castigará ejemplarmente a los responsables por la ausencia de seguridad en el estadio», condenó Mikel Arriola, el presidente de la
Liga MX. Esa vez solo hubo una amenaza de veto del campo por parte de los altos mandos del fútbol mexicano y volvieron a la normalidad. En 2015, los radicales del Atlas invadieron el campo en un partido contra las Chivas, su máximo rival, con apenas 54 minutos de juego. La barra del conjunto rojinegro bajó al campo a increpar a sus futbolistas que perdían 4-1, los policías también perdieron el control los primeros minutos, pero lograron proteger a los futbolistas y cerrar las entradas a la cancha.